¿Cuantas situaciones existen en tu vida que podrías resolver pero no lo haces? ¿Crees que no las puedes resolver o más bien no te gusta enfrentarte con ellas? Son cuestiones para contemplar… y optar.
Estamos tan acostumbrados a soportar y sufrir aquello que conocemos ya, que muchas veces eludimos hacer un esfuerzo hacia algo nuevo. Lo nuevo nos asusta. Nos solemos vender, derrotar sin necesidad, solemos desistir, con tal de no tener que enfrentarnos con algo desconocido. ¿Por qué acostumbramos eludir nuestros problemas? ¿Por qué los eternizamos, en lugar de enfrentarlos y resolverlos?
En terapia nos encontramos muchas veces con cuestiones de este tipo. Personas inteligentes, capaces, sensibles, totalmente competentes para amar(*) y compartir, pero que siguen sufriendo por sus supuestas incapacidades y limitaciones, en lugar de lanzarse a buscar nuevas formas de ser, de actuar, de conectar… Protegidos en su creencia de incapacidad(**), siguen viviendo vidas vacías y sin sentido, guardando dentro de si un potencial que no tiene ocasión de desarrollarse, desplegarse. ¡Se cortan a si mismos las alas!
Se suele justificar con un miedo generalizado a la vida: miedo al fracaso, al éxito, al rechazo, a comprobar si vales o no… “Es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”. ¡Dichoso refrán! Es como estar toda la vida en el mismo curso: ya conoces las lecciones, nada nuevo va a presentarse, no habrá desafíos a los que a lo mejor no sepas enfrentarte… Total: es más fácil sufrir que cambiar, que lanzarse a la aventura de la vida. Si la vida es movimiento, quedarse apegado al dolor es ir contra la vida, contra el impulso vital. Los dientes del niño crecen, quieras o no. No se puede impedir. Igualmente, la vida empuja hacia delante, y por mucho que alguien se parapete, por algún resquicio se colará para forzar el movimiento hacia delante.
Esta resistencia ante la vida y el desarrollo se suele pagar caro, al menos con una buena dosis de infelicidad y dolor, a menudo con enfermedades. Si un río se atasca, el agua no fluye. De la misma forma, donde se atasca nuestra energía vital, el organismo se resiente. Quien frena la vida simplemente no puede ser feliz. Pero muchos preferimos el dolor al cambio, al movimiento y al riesgo. ¿Dónde te colocas tu, lector? ¿Estás entre los que esperan algún milagro o la muerte para que ocurra un cambio, o estás entre los que lo buscan, encaran sus problemas externos y internos, aún los solapados? Digo solapados porque a veces no vemos nuestras propias dificultades, y aunque estemos dispuestos a verlas, no sabemos donde están. En este caso, ¿estás entre los que quieren buscarlas y reconocerlas, para luego hacerles frente? Es una opción, y cada uno tiene plena libertad para escoger. No está mal escoger lo que sea, siempre que esta opción sea consciente, que sepas que todas opciones tienen consecuencias, y te hagas cargo de ellas.
Asombrosamente, gran parte de la Humanidad prefiere sufrir antes que transformar algo. En verdad, muchas veces ni siquiera podemos cambiar nada, o ni siquiera hace falta cambiar, sino aceptar(***). Esta es una postura tan valiente y activa cuanto, posiblemente más difícil. En realidad lo más valiente es aceptar las situaciones que no se pueden cambiar. Aceptar la vida tal y como es, aunque no coincida con los esquemas propios. Esta es la gran asignatura pendiente que tenemos todos. ¿Hasta qué punto aceptamos la vida tal y como es? Conseguirlo conlleva alcanzar la llave de la felicidad. Así de importante.
La siguiente pregunta es: ¿qué hago con lo que no puedo cambiar, con lo que tengo que aceptar aunque no me guste? Para esto, te propongo un ejercicio: enumera las cosas que más te cueste aceptar. Aquello ante lo que dices: “¡Todo menos esto! Esto es un absurdo, una injusticia indigna”. Ahí justamente está tu lección más productiva… tratar de ver esta injusticia desde otro ángulo, desde una perspectiva que pueda incluirlo todo, donde todo tenga cabida, donde todo confluya. ¡Buena suerte!
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(*)Competencia para amar – Estamos aquí básicamente para adquirir esta competencia. Cuando lo conseguimos, pierden importancia todos los sustitutos del amor, que perseguimos tan afanosamente: dinero, poder, importancia personal, ser admirado, comer, comprar… Todo el esfuerzo hecho en el desarrollo personal y el autoconocimiento tiene este fin: ser capaz de amar.
(**)Creencia de Incapacidad – Nuestras creencias dirigen nuestra vida y cada uno de nosotros tiene algún área donde se siente incapaz. Sea la vida práctica, sean temas sentimentales, de comunicación o incapacidad física, en algún lugar sentimos que no somos capaces. Pero la incapacidad más dolorosa y extendida es la de no saber amar, no saber conectar, no conseguir sentir esta comunión, esta unión cálida.
(***)Aceptar – Es la tarea más difícil porque conlleva abandonar las creencias más profundas, tanto sobre si mismo como sobre el mundo y como debe ser. Aceptar la vida y no estar tratando de que sea de otra forma es la gran tarea que tenemos por delante. Queremos minimizar la grandiosidad de esta obra universal, encogiéndola entre los estrechos bastidores de nuestras creencias y preferencias.