Un inmenso océano, misterioso, fascinante, insondable, con el poderío hipnótico del que guarda en sus entrañas tesoros y tragedias, precipicios inimaginables y formaciones de una belleza estremecedora, seres con mil formas caprichosas, especies conocidas y desconocidas, esa potencia vertiginosa que fascina y atemoriza… es la imagen que brota en mi mente, cuando pienso en el Gran Inconsciente. Una mezcla de fascinación y respeto, temor y admiración. Algo grande, inconmensurable, que me atrae y me asusta al tiempo…
Aunque el término “Inconsciente” tiene diferentes significados, esta palabra evoca en mi mente su acepción psicológica, el término que Freud consiguió encajar en el lenguaje del hombre de la calle. Pero si preguntas a alguien sobre su significado, probablemente pondrá una cara de circunstancias, mientras escudriña su mente en búsqueda de una definición que le cuesta encontrar… ¿cómo definir algo tan abstracto?
A mí tampoco me resulta fácil explicar algo que no tiene una forma reconocible, ni un lugar exacto de ubicación. Sólo puedo afirmar que conozco su fuerza y los efectos de esa fuerza. Creo conocer su manera de empujarme hacia adelante y crear todo aquello que necesito para la evolución del alma y de la consciencia. Una vez que constaté su existencia, mi atención quedó cada vez más atrapada y fascinada por esta fuerza abstracta, pero presente y detectable. Descubrir sus huellas y su forma particular de guiar mis actos y reacciones, pasó a ser una práctica diaria.
Es bien verdad que a veces me empuja hacia sentimientos o impulsos claramente destructivos, inconvenientes, rechazados por mi mente y mi ética. Pero investigando en el pasado y reconociendo las imágenes y recuerdos que se quedaron grabadas en mi mente, pude ver que respondían a experiencias que habían sido dolorosas o que habían tenido consecuencias atroces. Aquella vez en que me había atrevido a manifestarme y acabé ninguneada, incomprendida, castigada o rechazada, hizo con que algo de dentro me obligara a callarme cuando yo quería hablar. Una mala experiencia amorosa que me había dolido en el fondo del alma, ahora me hacia evitar a alguien que me atraía, con quien deseaba estar. Una iniciativa del pasado que había resultado en fracaso, hacia que ahora mis pasos quedaran frenados cuando quería iniciar algo nuevo e ilusionante. Una injusticia tragada en el pasado hacia con que ahora brotara de mi ser un resentimiento, una rabia o una necesidad de venganza irrefrenable. Y todas las veces en que había tragado sapos y culebras, hacia con que ahora perdiera el control en el momento menos adecuado, incapaz de actuar con firmeza y cordura. Iras no deseadas que era incapaz de frenar, alimentadas por impulsos oscuros. Pulsiones que brotaban de la profundidad de mi océano interior, a veces con consecuencias nefastas para mi vida y mi relación con las personas a las que quiero y amo. Al final, remordimiento, reproches, dolor, separación…
Analizando más profundamente estos comportamientos, llegué a la conclusión de que en su esencia, ¡eran impulsos que tenían la intención de protegerme de dolores experimentados en el pasado! Actitudes que cortaban mi energía vital y mis añoranzas, pero que me protegían de correr el peligro de volver a vivir un dolor agudo insoportable, experimentado en una vivencia anterior. ¡La intención verdadera de esta fuerza que brotaba de mis entrañas más profundas y me coartaba, era protegerme! Protegerme de un sufrimiento y un dolor que habían roto mi corazón en el pasado… Un aprendizaje hecho de experiencias antiguas, que no quería repetir aquel sufrimiento. ¡Era una fuerza amiga!
Al darme cuenta de esto, empecé a recordar todas las veces en que el impulso había sido constructivo, coherente y sano. Eran muchas veces. Muchas veces me había salvado de situaciones hasta peligrosas, por una intuición que venía no sé de donde, por un pensamiento no racional que había evitado una situación dolorosa y verdaderamente problemática. Decididamente, esta fuerza de origen desconocido, tan poderosa e indomable, no paraba de mostrarse y además ¡estaba a mi favor!
Intuía que era la fuerza misma de la vida, que se manifestaba así. También me di cuenta que cuando me frenaba (para protegerme), era porque tenía datos obsoletos, que ahora ya no tenían validez, pero que fueron muy importantes en su día. Como brotaba tan de dentro y con tanta fuerza, nunca había parado a analizar su origen y su función. Parecían venir de un lugar desconocido, pero ante un análisis más profundo, me di cuenta de que estaban íntimamente ligados a mis experiencias de vida.
Lo entendí como la fuerza de la vida actuando a través de mí, poseyéndome. Era una fuerza beneficiosa, que me protegía y guiaba a su manera. Me di cuenta también de que podía actualizar estos datos con lo que sabía ahora, de tal manera que los impulsos que brotaran de dentro pasaran a ser siempre beneficiosos. Y si no lo eran, es porque algo todavía necesitaba ser ordenado. Era la tarea que me tocaba, personal e intransferible. La puesta a punto iba permitir que lo nuevo (por lo visto peligroso emocionalmente, con la información que tenía mi mente hasta ahora) pudiera ser vivido sin resistencia. En otras palabras, con un trabajo de limpieza emocional sistemática y consciente, esta enorme fuerza interna iba a ayudarme a vivir sin miedo aquello que anhelaba y necesitaba. Había sido un freno basado en el miedo, ahora podía convertirse en un acelerador y un facilitador.
Esta idea me hizo ver la vida de otra manera. La fuerza vital había pasado de enemiga o al menos, de una amiga que te puede traicionar, a una amiga de verdad. Esta enorme grandeza que veía en el mar estaba dentro de mí, ¡en mi interior! Pasé a sentirme acompañada y protegida por la vida. Algo importante cambió; podía disfrutar de lo bello y placentero y podía usar lo desagradable o doloroso como un aprendizaje útil y necesario.
También me di cuenta de que aunque este enorme poder inconsciente es amigo, hay que transitar por él con el máximo respeto, paso a paso y sin creer que estás en posesión de ninguna verdad especial. Es asequible a todos, pero el permiso para adentrarse en este ámbito poderoso es dado milímetro a milímetro, con la obligada consciencia de que eres una pequeña e humilde pieza de algo infinitamente mayor que tú, que al tiempo te necesita para completarse.
Freud hablaba del inconsciente personal, Jung del inconsciente colectivo. Me viene la metáfora de internet, ubicada como el inconsciente colectivo en un lugar intangible pero accesible desde tu ordenador, tu inconsciente personal, que al tiempo tiene también su propia programación. Y todo ello diseñado para tu evolución como ser humano, como mente y como alma.
Caí en cuenta de que sin saberlo conscientemente, llevaba año tras año en la creación de un profundo trabajo personal de limpieza interior, de ordenación y actualización emocional, basada en el gran poder de nuestra mente: la atención. El juego de la atención: la forma en que usamos este don. Es la gran herramienta de la que disponemos los seres humanos. Nos permite alinear nuestro ordenador personal con el gran poder, el gran océano, que está dentro y fuera, poderoso, amigo y en permanente creación.