¿Qué pasa si seguimos nuestros impulsos? ¿Organizamos líos, o nuestros impulsos son fiables? ¿Qué pasa si no paro y racionalizo…?
Uno de los motivos por los que reaccionamos “egóticamente” es nuestra expectativa del resultado que va a provocar nuestra acción. Creemos saber lo que nos conviene, lo que queremos, deseamos, y lo que queremos evitar, lo que no nos conviene ni deseamos. Nuestras acciones suelen ir dirigidas a conseguir determinados resultados y evitar otros. En verdad, solemos tener mucho más en cuenta esta expectativa que nuestra reacción espontánea, el primer impulso, lo que energéticamente nos atrae hacer. Esto es una de las causas por las que estamos cansados, agotados. No hacemos las cosas porque sí, sino que el resultado nos encoge, no condiciona, nos hace reprimir nuestra verdadera vocación, nuestros impulsos más genuinos.
Muchas veces, no nos fiamos de nuestros impulsos. En algún momento, al seguir el impulso, nos hemos encontrado con riña, castigo, culpa. En nuestra infancia, si éramos niños llenos de vida, juguetones, espontáneos y vitales, ¡molestábamos! Y así aprendemos a controlar todo lo que brota de dentro. En determinadas edades, todos los niños se tocan, se masturban, sienten placer en sus zonas erógenas. Si te tocó el reproche, la cara de terrible horror y culpa de un adulto, es difícil tener una relación tranquila y placentera con el propio cuerpo… Lo que brota espontáneamente tiene que pasar por un filtro racional, en el que pierde su jugo, su frescor. Este filtro es protector, sin duda: ¡todo menos volver a ver aquella cara de furia y reproche!
Claro que si siguiéramos siempre nuestros impulsos, podemos ir pegando gente por la calle o incluso matando unos cuantos que nos han hecho una faena determinada… o echando nuestra furia contra el jefe que nos humilla o contra nuestra pareja que hace justo lo que más nos puede sacar de quício…
¡Aquí está el quid de la cuestión! Cuando el ego está purificado, estas ansias asesinos no ocurren. Cuando el ego está limpio, no echamos nuestra furia contra nadie, porque estamos felices, contentos, completamente en armonía con la vida. Y por ello, podemos seguir nuestros impulsos, ya que vienen de una fuente pura, limpia, cristalina. Desde ahí, podemos enfrentar todo lo que nos trae la vida, de forma objetiva y sencilla, sin desgaste energético innecesario ni deformando las cosas por nuestras experiencias anteriores. Esto es un ego purificado…
Te propongo un ejercicio para estos días:
Ejercicio – Estos días procura observar tus impulsos. Cada vez que una situación te provoque una reacción, observa cual es tu primer impulso y luego lo que haces con él. Observa también si es una reacción armónica, constructiva, adecuada, o si es una reacción emocional, un acceso de ira, de rechazo. Mira el filtro por el que pasa esta reacción y cuál el resultado final: cuál la acción que finalmente emprendes. Cuando hayas observado todo el proceso, procura buscar la causa de la reacción emocional que has tenido que “filtrar”. Cuál ha sido tu experiencia que ha provocado este impulso. Al final, separa la experiencia del pasado de la vivencia del presente. Posiblemente veas otras formas más sencillas y fáciles de manejar la situación.
—————————————————————————————————————————————-
(*)Expectativa del resultado – Cada acción causa una reacción, un resultado, un movimiento. Nos da miedo lo que podamos provocar, pues desde siempre se nos ha exigido determinado resultado, no equivocarnos, no tener fallos. Esta idea de no poder fallar es la base de nuestra tensión, culpa, parálisis… La verdad es que no podemos aprender nada sin primero dar unos cuantos traspiés. ¡Qué horror no permitirnos equivocaciones! Con ellas aprendemos, con ellas investigamos. ¡Es pedir a un niño o una niña que no se caiga mientras aprende a caminar! ¡Estamos todos aprendiendo a caminar, estamos en formación, aprendiendo!
Imagen de portada: CarballodeTroya