Cuando alguien nos grita, se dispara un “piloto automático” dentro de uno. Cuando alguien nos alaba, otro “piloto” reacciona incontrolablemente. ¿Es que somos un conjunto de “pilotos automáticos”?
Cuando aprendemos a conducir, tenemos que prestar gran atención a todo. La relación con el coche es todo un mundo: pedales, botones, el volante, el tamaño del coche, lo que hay de los lados, atrás, los coches que vienen… Además, hay que tener en cuenta los códigos de circulación, las bocacalles, los niños que cruzan, el cartel de prohibido, los semáforos. ¡Ni digamos cuando hay un guardia de circulación! Es un sin-fin de cosas a considerar, estímulos por todas partes, mil detalles a tener en cuenta. Por ello, tenemos que concentrarnos, vamos tensos, completamente atentos, temerosos, inseguros, con el corazón acelerado ante cualquier imprevisto. ¿Cuánto tiempo dura esto? ¿Cuánto tardamos en irnos relajando, sentir que todo ello ya no requiere tanta atención?
Hay un periodo en el que se va creando algo automático dentro de nosotros que aprende a tener en cuenta todas las variantes, a combinarlas todas, sin dejar nada de lado. Algo se va creando que ya no necesita nuestra atención consciente, que ya responde con autonomía y sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo mental. Llega un momento en que podemos escuchar música, mantener una conversación animada con un amigo y además, observar todo lo que hace falta para que este “piloto automático” que se ha ido formando en nuestro interior conduzca el vehículo.
Nuestro ego es el conjunto de “pilotos automáticos”(*) que se reúnen dentro de nosotros. Algunos son muy adecuados, nos ayudan a vivir en sociedad, a relacionarnos, a trabajar, a coger el metro, a pagar cuentas, a considerar reglas de convivencia. ¡Otros son totalmente inadecuados! Nos sirvieron en su día para solventar situaciones de la infancia, de la adolescencia o hasta hemos conseguido con ellos sentirnos protegidos, escurrirnos de situaciones difíciles o hasta conseguir manejar gente, conseguir proyectos. Los “pilotos automáticos” sirven para muchas cosas. Algunos son responsables de nuestras conductas autodestructivas(**), antisociales, inhumanas. Otras son responsables de nuestros logros. El abogado tiene su “piloto”, que se acciona así que considera un caso. El medico, también. La secretaria, el pintor, el albañil, el científico, todos han creado su piloto automático correspondiente.
También el alcohólico acciona su piloto. El drogadicto lo hace también. De igual forma le pasa al que tiene un ataque de nervios, una reacción depresiva o un acceso de euforia… Son pilotos automáticos que hemos accionado, a veces de forma consciente y constructiva, y a veces de forma inconsciente y totalmente dañina. El ego es el conjunto de todas estas reacciones.
Sugiero un ejercicio para reconocer cuales son tus pilotos automaticos:
Ejercicio – Estos días, vamos a observar nuestros “pilotos”. Comienza a observar, sin juzgar, todo aquello que haces sin consciencia. Todo lo que se “dispara” dentro de ti sin tu expreso deseo. Verás que algunos son formas aprendidas sobre las que te apoyas para vivir. También descubrirás otros que se te escapan y causan grave daño a ti y a tu entorno. Comienza a observar como se desencadenan, la forma que toman, las consecuencias que traen. Como una secuencia, actúa luego sobre aquellas que no te agraden, añadiendo y quitando elementos. Como si una nueva regla de tráfico apareciera.
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(*)Pilotos Automáticos – cuando alguien te insulta, saltamos. No consideramos nada más. Se juntan pensamientos, sensaciones, viejos recuerdos de situaciones similares, comentarios oídos sobre momentos similares, pensamientos de dignidad y orgullo… Todo lo que ocurre en este segundo no está bajo control: ocurre de forma automática. Este conjunto organizado dentro de nosotros es lo que llamo un “piloto automático”.
(**)Autodestructivo – muchas veces esta palabra se refiere a cosas obvias: lo que es malo para la salud, lo que causa perdidas y dolor. Pero hay cosas que consideramos buenas que también pueden serlo. Un exceso de trabajo, de pundonor, que está cargando nuestro sistema nervioso de un stress constante. El agradar a los demás de una forma que nos deja desatendidos y olvidados de nuestras necesidades más básicas. El no tener en cuenta nuestros automatismos y tropezar continuamente en la misma piedra…
Foto de portada CarballodeTroya
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