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Controlando lo que pienso,  dirijo mi vida, mi autoestima y mi bienestar”.

Escribir lo que piensas puede ser muy sorprendente, como te comentaba la semana pasada. A menudo nos asombramos ante la cantidad de pensamientos “negativos” con los que se ocupa la mente.  Cosas relacionadas con la crítica, el juicio de otros, el quedar bien o mal, ser ridículo, “que pensará fulano de lo que dije”…  Lo más importante es que casi todos estos pensamientos, en realidad, han sido aprendidos o copiados de otros.  Creemos que nuestras opiniones y juicios son muy originales y totalmente genuinos, pero en realidad no es así.  ¡Es como si un ordenador creyera que sus textos los ha creado él!

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Perdemos gran parte de nuestra fuerza mental (que es enorme) repitiendo como loros lo que nos han hecho creer. No nos damos cuenta de ello si no observamos lo que pensamos. El resultado final es que nos identificamos con un montón de cosas aprendidas de otros: juicios, ideas y conceptos, o sea ¡identificarnos con lo que no somos!

Si tomamos como hipótesis que el pensamiento es creativo, sería como tener un sofisticado aparato que determinará lo que va a pasar en nuestra vida  y dejarlo a la deriva, sin tomar cartas en el asunto.  Poder decidir cómo vas a diseñar tu vida y dejar que la diseñen los demás… y todo esto ¡sin ni siquiera darte cuenta!

El primer paso para remediar esta extraña situación es ocuparte del sofisticado aparato:  la mente.  Los yoguis proponen tres pasos para dirigir la mente.  Hoy nos ocuparemos del primero: cambiar pensamientos pesados, densos y muertos, por otros agradables, ligeros y sugerentes.  No se trata de pensar que hace sol cuando está lloviendo, sino de decir: hoy que llueve me voy dedicar a lo que tengo que hacer en casa. Y si tenía pensado jugar tenis, aprovecharé para transformar mi frustración y pasar un día estupendo. Cuando alguien te critica, trata de ver si hay algo de verdad en lo que te están diciendo, algo que te pueda ser útil, pero no lo tomes al pie de la letra ni hagas tuyo lo que casi siempre es del otro. Nada que venga de fuera te puede hacer daño, sólo hace daño lo que tú piensas sobre lo que te viene de fuera.

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Si te llaman “bajito” y mides dos metros, esta palabra te hará morirte de risa, no te lo crees.  Pero si mides un metro y medio, sí que te lo crees. Al pensar que es cierto, sufres, por lo tanto, no es la palabra sino la creencia lo que ha provocado el dolor. Si piensas que medir un metro y medio es lo mejor que le puede pasar a una persona, la palabra “bajito” pasará a ser un cumplido.

Esta semana propongo hacer este ejercicio: tratar de cambiar un pensamiento por otro cada vez que se sienta dolor, rabia, malestar o injusticia; darle una salida airosa a cualquier situación que se presente. ¡Buena suerte!

 

El tema para contemplar en tu interior es: “No puedo experimentar quien soy, si no reconozco quien no soy”.

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